noviembre 30, 2010

Carta a mi mamita Hipólita

Mamita, ha pasado bastante tiempo desde tu partida, ¿acaso me has observado todo este tiempo?, ¿acaso a pesar de tu partida sigues entre nosotros?, hay noches en las que no puedo dormir, en las que con la luz de mi cuarto apagada me pongo a pensar, y no me es esquiva tu imagen, te puedo ver en mi cabeza como si te tuviera en frente, en ese momento me acuerdo la gran cantidad de veces que pude dormir contigo, en que acostado a tu lado escuchaba la infinidad de historias que tenías para contarme.

Cada vez que se anunciaba tu llegada, todos en la familia se sentían alegres, llenos de felicidad, desde los más pequeños hasta los más grandes, tu llegada significaba algo más que una simple visita, mis tíos e incluso mi padre volvían a sentirse los niños que fueron, y nosotros, tus nietos, reclamábamos nuestro derecho a tenerte, a disfrutarte.

¿Cuántas fotos tenemos de los paseos y las reuniones que solíamos hacer?, pues eso no importa, porque mejor que tenerte en fotos, es llevarte en el corazón. Fue tan grato tenerte entre nosotros en esos momentos, y aún cuando no estabas en Lima, era tan grato tener la esperanza de viajar en vacaciones, de ir a verte a Amazonas, de pasear y colgarnos en los árboles de tu huerta y de cenar frente a al fuego que consumía la leña mientras los cuyes correteaban por entre nuestros pies.

Mamita, a pesar de lo mucho que te quise, siento que la última vez a tu lado fue diferente e incluso no te di la atención que te merecías, sé que aunque eso me martirice muchas de las veces que hablo de ti, a ti eso ya no te importa, en el lugar donde estés, ya me has perdonado, debes estar riendo por mi tonto pesar. Cuanto hubiera dado por poder viajar a despedirte, aunque no sé si me hubiera podido asomar a verte a través del cristal, no sé si hubiera aguantado verte en esa caja con los ojos cerrados, durmiendo eternamente.

Estás en mi, te imagino a mi lado, con tu sombrero de paja cubriéndote tus canas plateadas, que no denotan vejez, sino mas bien experiencia, con tu pañol mano rodeándote la espalda y cayendo por tus hombros, esa figura tuya tan menuda que ha soportado el peso de ser la matriarca de nuestra familia, con tus pequeños pies con los que has recorrido más caminos de los que me imagino. Aún está en mi, mamita Hipólita y así ha de ser hasta que me reúna nuevamente contigo en la eternidad.

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